El 8 de julio del 2010 publiqué en mi blog personal un artículo sobre la Nueva Legislación Bancaria que se estaba preparando luego de la crisis. Espero que les guste.
A mediados de junio, en plena efervescencia mundialista, dicho sea de
paso del peor mundial de fútbol en décadas, se publicó una nota en
Internet sobre la nueva legislación que se pretende promulgar en la
Unión Europea y las resistencias de los bancos a ser controlados.
Ha pasado poco más de año y medio desde el comienzo de la crisis y la
legislación financiera no ha cambiado un ápice. Como recordaremos la
crisis de inició como el colapso del sistema financiero incapaz de poder
asumir las grandes pérdidas originadas por una serie de movimientos
especulativos que llevaron a la bancarrota al sistema y con ello a las
principales economías del planeta.
A principios de junio, las entidades financieras agrupadas en el
Instituto de Finanzas Internacionales (Institute of International
Finance) han alertado que la nueva legislación retrasaría el crecimiento
y costaría millones de empleos, es que las autoridades de la Comunidad
Europea pretenden elevar, entre otras regulaciones, el porcentaje del
encaje bancario (porcentaje del dinero de un banco que debe mantenerse
como reserva líquida).
Uno se pone a pensar y, en verdad, los bancos tienen razón. Con una
menor cantidad de dinero disponible para créditos a los pequeños y
medianos empresarios, que en el mundo son los que más empleo generan los
negocios no podrán seguir creciendo o, en el peor de los casos,
subsistiendo. Con menos recursos para prestar, los créditos se hacen más
caros y escasos. Con menos dinero para prestar, los intereses de las
tarjetas de crédito crecerían. Con menos dinero para prestar, el
crecimiento de las economías se vería seriamente perjudicado y con ello
los índices de empleo. Qué buenos y sensatos son los bancos, ¿verdad? El
asunto es que los bancos han manejado, manejan, (y si las cosas siguen
igual) manejaran el dinero de sus depositantes en la manera que les
plazca y no van a hacerse responsables de sus errores, cuando fallen
pedirán a los gobiernos un rescate que todos los ciudadanos pagarán y
listo, hasta la próxima crisis.
En Estados Unidos, la reforma financiera que propone Obama se basa,
entre otras cosas, en lo siguiente: cobrar una cuota de reembolso por el
rescate financiero a las instituciones que hicieron uso del mismo,
prohibir que los bancos crezcan tanto que constituyan un riesgo para la
economía, prohibir que los bancos sean dueños de fondos o casas de
inversión, imponer una mayor supervisión por parte del Estado del
sistema bancario, de los fondos de inversión, de los negocios
hipotecarios y de todo actor que intervenga en el sistema financiero
tanto dentro del territorio norteamericano como fuera de éste. Además,
recomienda la creación de algunos entes gubernamentales de control y de
defensa del consumidor.
En enero de este año, Obama inició su campaña para poder “domar” al
sistema financiero norteamericano, el cual gasta fortunas en lobbies en
el Congreso norteamericano con el fin de impedir que se de una reforma
financiera que los controle y que haga que sus operaciones sean
transparentes.
Sorprende gratamente, aunque los sectores de Wall Street lo hayan
catalogado como populista, el lenguaje con que el presidente
norteamericano se refirió al sistema bancario el 21 de enero, traduzco
un párrafo de su discurso: “Mi decisión es sólo reforzada cuando
veo un regreso a las viejas prácticas de algunas de las mismas firmas
que se oponen a las reforma; y cuando veo dispararse los beneficios y
los bonos obscenos en algunas de las mismas firmas que claman que no
pueden prestar más a los pequeños negocios, que no pueden mantener los
intereses de las tarjetas de crédito bajos, que no pueden pagar una
cuota para rembolsar a los que pagan impuestos por el rescate sin
pasarlo como costo a los accionistas o consumidores – esos son los
reclamos que están haciendo. Es exactamente esta clase de
responsabilidad la que hace necesaria un reforma clara.”
Ha pasado un año y medio desde el descalabro financiero y, como Obama
dice, se han recuperado gran parte de los 700,000 millones de dólares
del rescate, el sistema financiero se ha visto reforzado, pero… sin
ánimo de enmienda, sin el más mínimo agradecimiento hace la sociedad que
ha pagado con mucho sacrificio todas sus irresponsabilidades. Se
suponía que el rescate era para poner en marcha la economía
norteamericana, que los recursos se iban a repartir a los pequeños y
medianos. Todo fue un sueño, el rescate sirvió para que las empresas
asociadas a los grupos financieros pudieran capear el temporal o, en su
defecto, a refinanciar sus pasivos. ¿Y los pequeños y medianos
empresarios? Pues nada.
Se han perdido en Estados Unidos cerca de 8 millones de empleos con
el problema social, económico, familiar y emocional que ello trae. En un
reciente intervención de Obama en la página de la Casa Blanca
(www.whitehouse.org) decía que la reforma se hacía en el espíritu de que
nunca más los ciudadanos tengan que pagar un rescate y que por ello
debían cambiarse las leyes que precisamente llevaron a las instituciones
bancarias a hacer uso de esos huecos que tienen las leyes para tomar
riesgos que no supieron manejar.
Hay una pregunta que es válida: ¿Si dejábamos que los bancos quiebren
qué hubiera pasado? ¿Tendríamos una crisis tan grande como la actual?
¿Estaríamos mejor? La pregunta es compleja. Los bancos siempre nos han
vendido la idea de que si quiebran las economías colapsan, tienen en
parte razón. En mi opinión, hubiera sido interesante y aleccionador para
el sistema financiero mundial dejar que al menos un pez gordo quebrara
para enviar un mensaje a los demás: “La próxima vez que hagas lo que te venga en gana, puedes ser tú el que desaparezca.” Eso implicaría una serie de herramientas y previsiones que los gobiernos deberían implementar.
En nuestros países latinoamericanos se aplica mucho aquel dicho:
“Hecha la ley, hecha la trampa.” Ahora vemos que esa es una de las
reglas que más practica el sistema financiero.
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